Adiós a la librería del Louvre
Había pensado dedicar las líneas del presente
texto a hablar de la primera exposición temporal del 2013-2014 que
abrió el museo del Louvre (http://www.louvre.fr)
en su espacio principal del Hall Napoleon. Sin embargo, apenas salí del
impresionante recorrido de esculturas en su mayoría, visibles en la
muestra “La primavera del Renacimiento. La escultura y las artes en Florencia entre 1400 y 1460”, cometí el error de entrar a la librería tienda del museo y quedar noqueado por la impresión del nuevo local.
Llevo más de una década asistiendo regularmente al
Louvre, y he visto con no poco desagrado cómo un espacio dedicado de
forma casi exclusiva al arte y a la cultura
(entiéndase lo que se quiera por este par de términos), ha cedido gran
parte de su “territorio” a las sirenas de la crisis y de la exigencia
del rendimiento económico. Hablo de “territorio” refiriéndome al pasillo
que se encontraba después del control de seguridad que separaba al
minicentro comercial del “Carroussel du Louvre” y la parte del museo.
Primero empezó con la entrada de McDonalds (sí, un McDonalds) a esta
parte donde había reproducciones de arte, una oficina de correos que
vende timbres de colección (y no sólo unas estampillas sin chiste ni
gracia), fast-food que dejó pasó más tarde a un Starbucks, cadena que no
sólo se apropió de este local, sino que se extendió desde hace varios
años en la capital como una plaga insufrible recuperando locales de
galerías o de librerías incluso.
Ahora, la antaño librería-tienda del Louvre (planta
baja y 1er piso respectivamente), un lugar que fungía como uno de los
pocos recintos donde se exhibían y promovían obras impresas, tanto de
difusión general como de investigación especializada, a todo tipo de
visitante (del más basto al más erudito), se ha transformado en una maravillosa
boutique de recuerdos y reproducciones (planta baja) y, accesoriamente,
en una librería (en el 1er piso). Antes de este cambio drástico del
local, los libros, todo tipo de libros y revistas dedicadas a la
antropología, la museología, las artes, las exposiciones de París, las
novedades del museo, etc…, eran accesibles a cualquier persona que,
buscando una postal o un catálogo, terminaba su día de visita vagando
por los estantes repletos de libros, dejándole la posibilidad de
encontrar algo que nunca hubiera pensado buscar por sí misma. Lo sé
porque, gracias a esa vagancia inevitable del turista cultural, pude
adquirir algunos libros de referencia para mi biblioteca (sin pensar
mucho en el poco espacio que me queda en casa, por supuesto): Chagall,
Kupka, monografías sobre el Arte de Oceanía o de América, la lista es
larga.
Hoy día, por la natural inercia del ser vivo por la
que priva la ley del menor esfuerzo, la planta baja, en donde se pueden
adquirir reproducciones de objetos conservados en el Louvre o en otros
museos (como las esculturas de Pompon expuestas en el d’Orsay), es una
colmena de cuyo enjambre rara vez se escapa algún incauto escaleras
arriba. El espacio renovado, de blanco reluciente y luminarias de gran
gusto, es un desolado terreno en el que un puñado de divagantes deambula
con un cierto aire de demasía, como si tanto espacia les estorbara,
como si la ausencia de más gente vaciara de su contenido a aquellos
libros que miran con cierto resquemor, desprovistos de la pantalla que
les daba ser un turista más que nunca va a una librería pero que de
pronto se encuentra en una y aprovecha para hojear publicaciones sobre
sumerios, el barroco, las excavaciones egipcias, los objetos de arte de
la edad media, las cabezas maoí…
La antigua muchedumbre, el antaño murmullo que
acompañaba los pasos de los turistas con el sonido de las hojas al
darles vueltas han pasado a mejor vida. Con esto, los directivos de los
espacios del Louvre han decidido sacrificar al libro en aras de la
rentabilidad y el fino recuerdito de arte, sí, pero recuerdito al fin
que, seamos sinceros, acaba casi siempre en un cajón o en una repisa
cubierto de polvo. Es triste aceptarlo pero no me sorprenderá descubrir
que, en breve, en un año o dos pongamos, los responsables del museo,
“obligados por las leyes del mercado, por la autofinanciación a
ultranza, por la famosa crisis” que nos enjaretan y de la que unos
cuantos son culpables (y casi todos cómplices), saquen de circulación a
los libros y cierre este acorralado 2° piso. Casi veo la escena: algún
día volveré para recorrer una exposición como la de “La primavera del
Renacimiento”, de la que me hubiese gustado subrayar el valor pues pone
en primer plano a la escultura, un arte que suele tratarse de “poco
vendedor”, pero de la que al final no diré nada, molesto y decepcionado
porque afuera, ahí donde se juega el contacto cotidiano con el “arte”,
aquellos que lo defienden dentro de los muros “consagrados” han dejado
que la librería se desangre poco a poco, asumiendo que es un espacio
inútil del que hay que deshacerse. Mientras más pronto, mejor aún. Eso
sí, no se pierdan las aplicaciones de smartphones para visitar la
exposición que, puntualmente, encontrarán en su tienda favorita en
línea.
Publicado en Los Hijos de la Malinche
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