Bitâcora de textos y notas varias

samedi 12 mars 2011

Fucktory (o añoranza del teatro mexicano)

fucktory

Esto va a sonar raro para mucha gente, pero hay algo que en fechas reciente extraño de la capital: las puestas en escena. En México, cada que podía iba a los teatros del Centro Nacional de las Artes de Churubusco, del Centro Cultural Universitario, de la Capilla, del Centro Cultural Helénico, del Bosque. Ahí vi obras de Copi, Koltés o Müller, y montajes como Dedos (Bruno Bert), Volpone o el Zorro (Dir. Mauricio Jiménez), o Las musas enfermas (con Emma Dib), montadas con actores profesionales pero también con estudiantes en teatro. Tengo el vivo recuerdo de haber asistido a excelentes montajes (lo cual no quiere decir que no haya visto bodrios: me viene a la mente un Carballo decimonónico, y el año pasado [2009] un montaje de la nada fácil Ni el sol ni la muerte pueden verse cara a cara de Wadji Mouawad; curiosamente, ambas con la compañía nacional de teatro).

Aprovechando varios sistemas que existen en la capital francesa para alentar la afición de los jóvenes hacia el teatro (entradas gratuitas o a bajo precio, según la edad o la universidad en la que se está inscrito), seguí asistiendo al teatro con regularidad sin arruinarme y he visto un poco de todo, de las piezas clásicas del repertorio en la Comédie française a las creaciones de los dramaturgos o directores de vanguardia, en todo tipo de salas: desde las más grandes (como el teatro nacional de Chaillot [http://theatre-chaillot.fr] o el del Rond Point [http://www.theatredurondpoint.fr]), a unas minúsculas que se cobijan en los locales de antiguos comercios adaptados para recibir unos 50-70 espectadores (como el XXe Théâtre [http://www.vingtiemetheatre.com] o el de Nesle [http://www.galeriedenesle.com/modules/movie/scenes/home/index.php?fuseAction=theatre]).
También he tenido la oportunidad de asistir un par de veces a la gran misa del Festival de teatro de Aviñón, que es el sitio para saber cuál será la programación teatral en Francia durante el año siguiente (que comienza en septiembre, siguiendo el calendario escolar), y en donde he devorado obras a discreción en maratones de cinco obras por día.
Sin embargo, a pesar de la cantidad de obras que puedo decir que he visto, podría contar con los dedos las que han conseguido atraparme dentro de su propuesta y que no me han parecido una tomadura de pelo, una gratuidad o un desfalco innecesario.
Lo pienso sobre todo en este inicio de año (en septiembre) decepcionante (como lo calificó un periodista de Le Monde [http://www.lemonde.fr/culture/article/2010/10/21/une-famille-explosive-triomphe-au-rond-point_1429322_3246.html]), en especial después de haber visto una de los peores montajes de los que tenga memoria. El director es, aparentemente, uno de los más reconocidos a nivel europeo: Krystian Lupa [http://www.liberation.fr/theatre/01012290152-factory-2-qg-culte]. La obra en cuestión, Factory 2 es una reflexión sobre el personaje de Andy Warhol y la comuna de creadores que este permitió que se instalara en una bodega convertida en taller (la Factory). En un proyecto de largo aliento, y con la ayuda de su compañía, el polaco intentó cuestionar el personaje de Warhol y poner en evidencia sus manías, su gusto particular por la manipulación y las rarezas, dentro de un marco actual que se revela de manera crasa con el título, pues remite no sólo a la duplicación del original (Warhol y sus multiplicaciones de un original, y incluso títulos específicos: Mao II), sino al espacio del 2.0.
El problema de la obra no es todo esto, que es el proyecto de base del director, sino la forma en que los actores interactúan entre sí, y su duración. El texto que cada actor debe aprender corresponde a la mitad de lo que en realidad dice en escena, la otra mitad depende de la improvisación. Dudas, tartamudeos, repeticiones exageradas son algunas de las consecuencias de esta apuesta que pocas veces funciona. Si bien la intención es válida, al final uno no tiene la impresión de estar frente a un “momento de vida” de esos personajes, sino a malos actores a los que muchas veces parece darles hueva ponerse en la piel de ese a quien supuestamente representan. En cuanto a la duración, cabe hacer un paréntesis.
A últimas fechas, digamos, desde unos cuatro o cinco años, se han multiplicado como conejos las propuestas escénicas con duraciones maratónicas. Me viene a la mente una de las primeras, programada en el Rond Point. Esta obra, que si bien no estaba cien por ciento lograda, sí permitía el acceso al espectador a la epopeya trágica de Los Vencedores (Les Vainqueurs de Olivier Py). La primera parte de Les Vainqueurs comenzada a las 11 am, y la cuarta concluía a las 10:30 pm… Hace poco vi I demoni de XXX Peters en los Atheliers Berthier (del Odéon dirigido por… Olivier Py), que duraba cinco horas y media en la versión de 2 días (había una integral de todo el día que duraba de principio a fin 12h…).
Factory 2 sólo duraba cuatro horas cada día, ocho en total.
Con mi novia, que usaba muletas pues había sufrido un esguince unos días antes, vimos sólo la primera parte. Entera. Y eso porque ella no quiso salirse pues apenas empezaba a usar las muletas y la salida no estaba precisamente a un lado de nosotros. Pudimos excusarnos de ir a la segunda porque una amiga nos consiguió entradas para la ópera (Eugène Onéguine [http://www.operadeparis.fr/cns11/live/onp/Saison_2010_2011/Operas/spectacle.php?lang=fr&event_id=1306&CNSACTION=SELECT_EVENT])
Así, doblemente obligados a ver la totalidad de esta parte, pude comprobar que hay una cierta manía a incluir elementos que son moneda corriente en los montajes actuales. De hecho, al ver a un par de mujeres fajándose realmente (no, no era mentira, 5 minutos besándose y metiéndose mano como adolescentes), recordé lo que me comentó un amigo español que fue a visitar un día a su padre en Estrasburgo. Mientras veían una obra contemporánea, su padre le dijo por ahí de la mitad: pues mira, dentro de poco se van a desvestir y a revolcar en el piso. Marcos, mi amigo, vio a su padre incrédulo (tendría unos 20 años). Sin embargo, la sorpresa no duró tanto. Tal y como lo había predicho, los actores empezaron a desnudarse y a restregarse en el suelo… Después, su padre añadió que era una moda, que no había obra que careciera de ese recurso, y que casi era posible saber en qué minuto los actores se quedarían en pelotas.
Vi el conjunto de personajes en Factory 2 y me dije que sí, que no debían tardarse y que por lo menos uno debía cumplir con esta fatídica ley.
Al final casi de la obra, este efebo, un ser masculino feminizado, se puso exactamente en el cuadro de la cámara, y se quedó así, durante cinco minutos, viéndose ver por la gente. Sin hacer o decir nada, salvo algunos balbuceos. La acción comenzó cuando empezó a contonearse, a quitarse un negligé y el minúsculo calzón que le cubría los genitales. Siempre viéndose, viéndose ver. Esta técnica, que retoma la idea de Warhol de conseguir que la gente se “sincerara” hablando a la cámara frente a frente sin que nadie más asistiera a la escena, surte efecto y el hombre, que no había abierto la boca en toda la obra, empieza a contarnos su vida, por qué llegó a la Factory, desnudo, contoneándose… Toda la secuencia debió durar unos (eternos) 20 minutos.
Si bien la imagen muestra la fragmentación y la fijación del hombre contemporáneo en proyectarse y no ser capaz de verse sino mediante su reflexión en la pantalla (además de la pantalla enorme que se ve en la foto, había una pantalla de televisión de tamaño normal, y que planteaba con mayor acuidad cuál de las tres imágenes era la que el espectador consideraba como la verdadera), este recurso está más que trillado, y si no se usa de manera brillante (como en Kiwi, del excelente dramaturgo y director quebequense Daniel Danis) o ligera, como en este caso, cansa más que alimentar una interrogante sobre nuestra cotidianeidad sumergida por el mundo de las imágenes en el hipertexto, en el 2.0.
Esto me hace pensar en otras propuestas escénicas en donde puede haber una ligera inclusión del video, y sobre todo una exploración de los efectos sonoros en una obra, pueden ser realmente exitosas: Purgatorio, de Castelluci (con una gigantesca pantalla circular que remite a la que utilizó Pink Floyd en los conciertos de Pulse), o Les variations Darwin, montada por Jean-François Peyret. Esta obra, sin lugar a dudas una de las mejores que he visto, era eficaz, con una serie de recursos escénicos (desplazamiento de la escenografía, exploraciones sonoras creadas en colaboración con el IRCAM [http://www.ircam.fr/99.html?cycle=36], y profunda. Recuerdo perfectamente esa escena en donde un hombre le come el “cerebro” a su pareja.
La mujer sostiene con la boca una col (que vista de lejos tiene aires de un cerebro), y el hombre a su lado comienza a devorarlo a mordiscos… Una poderosa escena de violencia sutilmente disfrazada que, en la transposición, es mucho más efectiva que si el director hubiese decidido servirse de la utilería y manchar el escenario con sangre.
Curiosamente, esta obra tiene una característica principal de la que, en general, carece gran parte del teatro francés (y después de ver la obra de Lupa me atreveré a decir un cierto tipo de teatro made in europa): que cuenta una historia. No que las demás obras no la tengan, la diferencia radica en la atención que ponen en el núcleo central del espectáculo. En las obras que no dejan fuera al espectador, hay una preocupación en hacer posible que un texto sea encarnado por los actores y sea acogido por un espectador. Esto hace que las obras que vienen del exterior cautiven tanto al espectador francés. De ahí que autores como (el ya mencionado) Daniel Danis, Wouadji Mouawad, Jean-Marie Piemme, Rodrigo Garcia, Pipo Delbono o Robert Lepage, por mencionar unos cuantos, llamen tanto la atención, pues cuentan historias. Mientras los demás se complacen en mostrar que cuentan historias, haciendo que los actores muestren que estén actuando, obligando a los espectadores a mostrar que están entendiendo el (gran) mensaje de sus obras, si es que no quieren ser tildados de imbéciles o de insensibles.
La realidad es, a mi gusto, evidente: atrapados en la necesidad de un duchampismo trascendente, en el círculo vicioso de querer experimentar o poner a prueba al espectador para ver hasta donde pueden aguantar que lo traten de imbécil, sin quejarse, los directores/actores quieren ir siempre más lejos, más allá, por los mismos caminos, sin darse cuenta que se estrellan una y otra vez contra el mismo muro de lo absurdo innecesario que mata sus propuestas.
Sin poder ir a México, harto de que me tomen el pelo y de que además haya que pagarles, propongo cambiar el nombre a la obra: Fucktory 2. Así, la gente sabrá perfectamente qué hacer: irse a ver una peli de la nouvelle vague, o llevarse unos bueno jitomates podridos y disparar a discreción.

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