El mundo común del Nobel de literatura y de Steve Jobs
Es de sobra conocido que la venganza es un plato que debe
consumirse frío. Esa misma distancia, que permite al comensal un
disfrute y un juicio más ecuánime sobre lo que va a consumir, parece
beneficiar también al acto de reflexionar sobre algún tema que ha dejado
de ser de actualidad. Por esto quise esperar un tiempo suficiente para
comentar dos acontecimientos que ocurrieron el pasado mes de octubre con
unas horas de diferencia: el anuncio del ganador del premio Nobel de
literatura y la muerte de Steve Jobs.
A todas luces hubo en los medios de comunicación una salva
desmesurada de homenajes para el antiguo director de Apple, y en la
calle asombrosas muestras de afecto por parte de la gente: las imágenes
mostraban a los usuarios de las invenciones de Jobs (ipod, macs,
iphones) depositando veladoras y flores frente a las tiendas de la marca
como si fueran un memorial o un mausoleo. Tratado de autoritario,
incluso de indiferente a la forma en que los obreros de las fábricas de
sus invenciones eran tratados, la ola de empatía hacia la muerte de Jobs
sin embargo fue unánime. ¿Por qué? Más que ser un inventor de genio,
habría que hablar de un empresario que supo orientar a su compañía para
concebir objetos que entraran en la vida de la gente. Así, las
creaciones de Apple, en particular el ipod y el iphone, permitieron algo
que raras veces sucede: la simbiosis entre una pasión individual y un
objeto modelable a voluntad. Lo que era en un principio un cajón de
sastre de sonidos, un walkman digital, Jobs lo convirtió en un
concepto que, a la larga, transformaría al iPod en otro de esos
“kleenex” de nuestra vida cotidiana.
Pero más allá de la dominación del mercado, importa detenerse en el
fenómeno que acarrea el objeto. En él se encuentra la memoria sonora de
una persona, en él se encuentra cientos, miles de horas que representan
sus estados de ánimo, sus recuerdos, experiencias inolvidables o
desoladoras, todo en unos cuantos gramos de policarbonato y de silicio.
El ipod se convirtió en muy poco tiempo en una segunda memoria portátil,
material. Con el iPhone, la personalización del soporte que contiene la
vida íntima y social del usuario promedio alcanzó un grado superior. El
teléfono celular se ha vuelto hoy día la “casa” permanente del hombre
nómada: agenda, bloc de notas, terminal internet conectada de forma
permanente a las plataformas de información instantánea y compartida
(email, Facebook, twitter, blogs…), el aparato es la terminal mediante
la cual interactúa para tener una vida. Por eso cuando la gente
llora a Jobs, lo hace agradecida con el “mesías” que puso la
materialización de su imaginario y de su memoria acústica al alcance de
la mano.
Es gracias a esa misma materialidad, presente en el libro (que
empieza a perderse con los lectores digitales, dicho sea de paso), que
se teje una unión curiosa con la entrega del premio Nobel. Como la
música, la literatura es una adicción (o una inclinación que
pierde cada vez más adeptos) difícil de compartir. Una novela, un
cuento, un poema o una obra de teatro, constituyen una red complicada de
recuerdos y de experiencias imaginativas que dan cuerpo a la memoria
afectiva de la gente. Como ahora hay menos lectores de poesía que en
otras épocas (antes, en la escuela había por lo menos una formación en
la que se incluía la memorización de largos fragmentos, actividad que
parece cada vez más aberrante pues se puede obtener la información en un
abrir y cerrar de navegador), el premio pasó sin pena ni gloria. De
hecho, hubo más barullo antes, cuando los medios se dedicaban a seguir
los pronósticos del sitio ladbrook.com, sobre todo por la presencia de
Bob Dylan, un “no escritor”, en la supuesta lista final. Sólo en autores
de narrativa con cierta notoriedad, muchas veces polémicos por su
recorrido existencial, por sus posturas ideológicas o por la “falta de
calidad” de su obra, el barullo se demora más allá de los 4 minutos de
fama usuales (tiempo promedio de un videoclip o una canción, que es lo
máximo que la gente parece soportar hoy día). Poco interés hay en el
valor o el aporte de la obra de tal o cual escritor considerado como
nobelizable a la literatura (lo que esto signifique). A pesar de todo,
el premio sigue atrayendo a los lectores porque toca la fibra de su
mundo personal, ese mismo que conecta a Apple con el bolsillo de la
gente, pues toca un objeto mientras se pierde en los meandros de la
lectura.
Desconozco las estadísticas, pero es indudable que la música representa una de las adicciones más importantes de nuestro tiempo. Lejos están los tiempos en los que la música era una únicamente una
experiencia espectacular, es decir, realizada en vivo. De igual forma,
parece que la lectura se parcela, se divide en fragmentos que pasan
apenas por la coladera del twitter y sus 140 caracteres. Ironía de las
cosas, los lectores contemporáneos de obras literarias se ven más
atraídos y apasionados no por la poesía (breve en general), sino por la
narrativa. Mientras más goza de su libertad, sumido en el caleidoscopio
de la diversidad sin límites que habita (y cuyo solo impedimento es
cuánto puede gastar para volverse más individual todavía), tal vez el
hombre coetáneo que vive por completo en la modernidad, ese modus
hodiernus incesante, necesita más que nunca una unidad precisamente a la
dispersión y la minimización de los elementos que le dan sentido a la
vida. Su vida. No extraña pues, al final, que Tranströmer atraiga tan poco.
Así, de tener de nuevo discurso social y cultural más fuerte y rector
que aporte un marco vital para todos, no dudo que la narrativa pierda
un día la preeminencia que tiene ahora y dé paso a un ritmo más moroso,
más lento, en el que la poesía del sueco – y de otros tantos – podrá
apreciarse en su lentitud. Por sorpresivo que parezca, creo que el Nobel
de literatura de este año es visionario, imaginado para que podamos
volver a él en el momento indicado. Entonces lo leeremos con fruición,
teniendo a nuestra disposición todo el tiempo del mundo (y sus obras al
alcance de la mano).
Cosa que haremos en un iPad o un kindle, por supuesto.
Imágen de melibro.com
Publicado originalmente en Los Hijos de la Malinche: http://www.loshijosdelamalinche.com/literatura/el-mundo-com%C3%BAn-del-nobel-de-literatura-y-de-steve-jobs
Libellés : Quota-diurna, Tecno-Logias
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