Bitâcora de textos y notas varias

vendredi 31 août 2012

El mundo común del Nobel de literatura y de Steve Jobs

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Es de sobra conocido que la venganza es un plato que debe consumirse frío. Esa misma distancia, que permite al comensal un disfrute y un juicio más ecuánime sobre lo que va a consumir, parece beneficiar también al acto de reflexionar sobre algún tema que ha dejado de ser de actualidad. Por esto quise esperar un tiempo suficiente para comentar dos acontecimientos que ocurrieron el pasado mes de octubre con unas horas de diferencia: el anuncio del ganador del premio Nobel de literatura y la muerte de Steve Jobs.
A todas luces hubo en los medios de comunicación una salva desmesurada de homenajes para el antiguo director de Apple, y en la calle asombrosas muestras de afecto por parte de la gente: las imágenes mostraban a los usuarios de las invenciones de Jobs (ipod, macs, iphones) depositando veladoras y flores frente a las tiendas de la marca como si fueran un memorial o un mausoleo. Tratado de autoritario, incluso de indiferente a la forma en que los obreros de las fábricas de sus invenciones eran tratados, la ola de empatía hacia la muerte de Jobs sin embargo fue unánime. ¿Por qué? Más que ser un inventor de genio, habría que hablar de un empresario que supo orientar a su compañía para concebir objetos que entraran en la vida de la gente. Así, las creaciones de Apple, en particular el ipod y el iphone, permitieron algo que raras veces sucede: la simbiosis entre una pasión individual y un objeto modelable a voluntad. Lo que era en un principio un cajón de sastre de sonidos, un walkman digital, Jobs lo convirtió en un concepto que, a la larga, transformaría al iPod en otro de esos “kleenex” de nuestra vida cotidiana.
Pero más allá de la dominación del mercado, importa detenerse en el fenómeno que acarrea el objeto. En él se encuentra la memoria sonora de una persona, en él se encuentra cientos, miles de horas que representan sus estados de ánimo, sus recuerdos, experiencias inolvidables o desoladoras, todo en unos cuantos gramos de policarbonato y de silicio. El ipod se convirtió en muy poco tiempo en una segunda memoria portátil, material. Con el iPhone, la personalización del soporte que contiene la vida íntima y social del usuario promedio alcanzó un grado superior. El teléfono celular se ha vuelto hoy día la “casa” permanente del hombre nómada: agenda, bloc de notas, terminal internet conectada de forma permanente a las plataformas de información instantánea y compartida (email, Facebook, twitter, blogs…), el aparato es la terminal mediante la cual interactúa para tener una vida. Por eso cuando la gente llora a Jobs, lo hace agradecida con el “mesías” que puso la materialización de su imaginario y de su memoria acústica al alcance de la mano.
Es gracias a esa misma materialidad, presente en el libro (que empieza a perderse con los lectores digitales, dicho sea de paso), que se teje una unión curiosa con la entrega del premio Nobel. Como la música, la literatura es una adicción (o una inclinación que pierde cada vez más adeptos) difícil de compartir. Una novela, un cuento, un poema o una obra de teatro, constituyen una red complicada de recuerdos y de experiencias imaginativas que dan cuerpo a la memoria afectiva de la gente. Como ahora hay menos lectores de poesía que en otras épocas (antes, en la escuela había por lo menos una formación en la que se incluía la memorización de largos fragmentos, actividad que parece cada vez más aberrante pues se puede obtener la información en un abrir y cerrar de navegador), el premio pasó sin pena ni gloria. De hecho, hubo más barullo antes, cuando los medios se dedicaban a seguir los pronósticos del sitio ladbrook.com, sobre todo por la presencia de Bob Dylan, un “no escritor”, en la supuesta lista final. Sólo en autores de narrativa con cierta notoriedad, muchas veces polémicos por su recorrido existencial, por sus posturas ideológicas o por la “falta de calidad” de su obra, el barullo se demora  más allá de los 4 minutos de fama usuales (tiempo promedio de un videoclip o una canción, que es lo máximo que la gente parece soportar hoy día). Poco interés hay en el valor o el aporte de la obra de tal o cual escritor considerado como nobelizable a la literatura (lo que esto signifique). A pesar de todo, el premio sigue atrayendo a los lectores porque toca la fibra de su mundo personal, ese mismo que conecta a Apple con el bolsillo de la gente, pues toca un objeto mientras se pierde en los meandros de la lectura.
Desconozco las estadísticas, pero es indudable que la música representa una de las adicciones más importantes de nuestro tiempo. Lejos están los tiempos en los que la música era una únicamente una experiencia espectacular, es decir, realizada en vivo. De igual forma, parece que la lectura se parcela, se divide en fragmentos que pasan apenas por la coladera del twitter y sus 140 caracteres. Ironía de las cosas, los lectores contemporáneos de obras literarias se ven más atraídos y apasionados no por la poesía (breve en general), sino por la narrativa. Mientras más goza de su libertad, sumido en el caleidoscopio de la diversidad sin límites que habita (y cuyo solo impedimento es cuánto puede gastar para volverse más individual todavía), tal vez el hombre coetáneo que vive por completo en la modernidad, ese modus hodiernus incesante, necesita más que nunca una unidad precisamente a la dispersión y la minimización de los elementos que le dan sentido a la vida. Su vida. No extraña pues, al final, que Tranströmer atraiga tan poco.
Así, de tener de nuevo discurso social y cultural más fuerte y rector que aporte un marco vital para todos, no dudo que la narrativa pierda un día la preeminencia que tiene ahora y dé paso a un ritmo más moroso, más lento, en el que la poesía del sueco – y de otros tantos – podrá apreciarse en su lentitud. Por sorpresivo que parezca, creo que el Nobel de literatura de este año es visionario, imaginado para que podamos volver a él en el momento indicado. Entonces lo leeremos con fruición, teniendo a nuestra disposición todo el tiempo del mundo (y sus obras al alcance de la mano).
Cosa que haremos en un iPad o un kindle, por supuesto.
Imágen de melibro.com

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