Bitâcora de textos y notas varias

mercredi 19 décembre 2012

El sendero frugal

El sendero frugal

Publicado el 16. dic, 2012 por en Literatura, Poesía


Sendero_by_Garconrapide

Aproximación a un Sendero.

A propósito de El sendero frugal de Jacques Dupin. Traducción de Iván Salinas




El azar quiso que el mismo día, y casi en el mismo lugar, estuviera en la presentación de dos libros: El mal de la Taiga de Cristina Rivera Garza, y El sendero frugal de Jacques Dupin. El primero, que hace muy poco se presentó, me hizo recordar un libro que leí hace mucho, de Martin Heidegger, Caminos de Bosque, el cual desempolvé. Felizmente, la sincronicidad, para usar un término de Víctor Toledo, ha permitido que a través de la figura del bosque, o lo boscoso, lea no sólo la novela de Cristina Rivera Garza sino también este Sendero Frugal de Jacques Dupin, cuya traducción, selección y epílogo, fueron realizados por Iván Salinas.
En ese viejo libro de Heidegger, aparece un texto titulado «¿Y para qué poetas?», de 1946. En él Heidegger no sólo revisa a Hölderlin, su poeta predilecto, sino también a Rilke, y a la luz de la poesía, va trazando un recorrido que explica la situación de los poetas o el porqué de los poetas en tiempos de penuria. Ese recorrido no podría ser otro que el de adentrarse en el bosque por un sendero. Heidegger intenta responder a la pregunta que se hace Hölderlin en su elegía «Pan y Vino»: «¿y para qué poetas en tiempos de penuria?». Y los tiempos de penuria hay que entenderlos como una larga noche, como una época de tinieblas, en donde el ser humano se ha abismado. El abismo, nos recuerda el filósofo alemán, significa literalmente ausencia de fundamento.
Dentro de la novela de Rivera Garza, había en el bosque una noria, en donde los personajes experimentaban el abismo. Una sincronicidad más. En el texto de Heidegger, el abismo es la falta de dios: no sólo dios ha muerto, ha huido. Ya no hay más Dionisio, hay sólo un vacío que él dejó en mitad del bosque en tinieblas. Los poetas serían justamente aquellos mortales que, cantando con gravedad al dios del vino, sienten el rastro de los dioses huidos. Los poetas, como guardabosques o leñadores, son aquellos capaces de seguir las huellas de los dioses idos o fugados, y al seguir esas huellas señalan a los demás mortales (a nosotros) el camino hacia el cambio, hacia el fin de un tiempo de penuria.
Yo creo que la poesía de Dupin es esa extraña linterna que va alumbrando el rastro de una ausencia, linterna no que emana de un logos sino de un pathos. Hay ahí, en el corazón del bosque, una gran ausencia, de dios, de lo sagrado, y alguien, el poeta, el traductor, es capaz de meterse ahí a seguir ese rastro y recordarnos que dios ha muerto y que nosotros mismos somos mortales. Que ahí, en el bosque, al final de ese sendero, hay un abismo, suspendido sobre la ausencia de fundamento, una tarea de locos, es decir de poetas en tiempos indigentes. Porque el trabajo poético, el verdadero trabajo con la lengua, pareciera el de hacer ver la verdad en esa falta de fundamento, en ese hueco dejado por el Dios que partió. Pero paradójicamente a los poetas «no los escucha nadie» y «solamente unos cuantos lo perciben», palabras del propio Dupin en un texto titulado Éclisse que fue publicado por primera vez en el número 54 de la revista Le Débat en 1989 en respuesta a una absurda encuesta sobre la ausencia de la poesía. Ese texto, traducido por el mismo Iván Salinas, se publicó en Letras Libres en marzo del 2009 bajo el título de Ausencia de la Poesía y finalmente es incluido en este bello ejemplar que incluye el prólogo de Paul Auster y las ilustraciones del mismísimo Pierre Alechinsky.
En ese texto, Éclisse, Dupin explicaba por qué la ausencia es la esencia de la poesía. La ausencia, decía «es su lugar, su estancia, su terreno. Platón la expulsó de su República. Y jamás volvió. Nunca tuvo derecho de ciudad. Ella está afuera. Amotinada, siempre incómoda, hundida en un sueño activo, una inacción belicosa, que es su verdadero trabajo en la lengua y el mundo, hacia y contra todos, un trabajo de trasgresión y de fundación de la lengua.» Podríamos decir que la pasión poética, el pathos, no está presente, nos internamos con él en el bosque pero es en realidad una ausencia. No un logos, ni siquiera un ethos, sino una linterna intermitente, una vaga laboriosidad lingüística construida a base de porosidad, casi plástica.
Eduardo Sabugal Torres
Texto leído el día miércoles 27 de junio en Profética Casa de la Lectura, en Puebla, México.
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Acerca de Jacques Dupin
Jacques Dupin nació en Privas, Francia, en 1927. A mediados de los cuarenta se instala en París, en donde ha desempeñado desde entonces dos actividades complementarias, ligadas a la palabra y la imagen. La primera, como editor y crítico de arte, dominio en donde sobresalen, por lo profundo y acertado, sus juicios sobre artistas de renombre (Miró, Chillida, Tapiès, Bacon, Giacometti o Alechinsky). La segunda actividad, más plenamente literaria, es la de poeta.
Con una veintena de libros publicados en editoriales como Gallimard, Fata Morgana, Seghers y P.O.L., Jacques Dupin ha obtenido por su obra el Premio Nacional de Poesía (1988) y el de la Academia Francesa (2010). Sus poemas han sido traducidos a varias lenguas por escritores de la talla de Paul Auster (al inglés) y de Paul Celan (al alemán), entre otros. También sus poemas han sido publicados en libros de arte ilustrados por autores como Alechinsky, Miró, Tal Coat y Riopelle, para citar unos cuantos.
La antología El sendero frugal, primer panorama completo en español de la obra poética de Jacques Dupin publicado en México (Hotel Ambosmundos/SeCul. Puebla) y en Chile (Chancacazo), permite al lector hispanohablante tener al fin una idea consistente de esta poesía exigente e inclasificable, escrita por uno de los poetas franceses más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
Acerca de Iván Salinas
Iván Salinas. Varios poemas y relatos suyos han aparecido en medios impresos y electrónicos en México, Francia, España y Argentina. Del francés ha traducido distintos autores publicados en revistas y libros, entre los que sobresalen J-M. G. Le Clézio, H. Michaux, V. Larbaud, J. Echenoz, J.-Ph. Toussaint y A. Volodine. Este año traducirá El Prometeo encadenado del Nobel André Gide para la colección Satura de la editorial chilena Chancacazo y una antología de relatos del suizo Charles-Ferdinand Ramuz. Director del dossier de literatura bilingüe franco-español Hispanophonies/ Hispanofonías, también codirige el Taller de Narrativa del Instituto Cervantes de París, en donde ha entrevistado y presentado entre otros a autores como Guillermo Fadanelli, Enrique Serna, Fabrizio Mejía Madrid y Juan Villoro.
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El sendero frugal
Selección de poemas de Jacques Dupin
Traducción de Iván Salinas
Líquenes
1
Aun si la montaña se consume, aun si los sobrevivientes se matan unos a otros… Duerme, pastor. Poco importa dónde. Te encontraré. Tu sueño tiene su par en el mío. En la ladera iluminada pacen nuestros rebaños. En la ladera abrupta pacen nuestros rebaños.
2
Afuera, las osamentas ocupan el lecho de los ríos perdidos bajo tierra. La roca que se desmorona es hermana del cielo que se escinde. El acontecimiento se adelanta a los presagios, y el pájaro al pájaro ataca. Adentro, bajo tierra, mis manos estrujan  colores apenas empezados.
3
Lo que veo y lo que callo me espanta. Eso de lo que hablo, e ignoro, me libera. No me libera. ¿Cada una de mis noches bastará para descomponer este relámpago? ¡Oh rostro percibido e inexorable, forjado por el aire blanco y ciego!
4
Las gavillas rechazan mis lazos. En esta unánime disonancia infinita, cada espiga, cada gota de sangre habla su propia lengua y sigue su camino. La antorcha, que alumbra y clausura el abismo, a su vez es abismo.
5
Ebrio, volcaste tu arado, tomaste su reja por un astro, y la tierra te dio la razón.
Tan alta es la hierba ahora que ya no sé si voy caminando, que ya no sé si estoy vivo.
La lámpara apagada, ¿es más ligera?
6
Los campos de piedra se extienden hasta perderse de vista, como esta dicha insoportable que nos ata, y que en nada se nos parece. Te pertenezco. Tú me entiendes. El calor nos enceguece…
De la noche que nos espera y nos colma, hay que engañar de nuevo a la espera para que la noche sea.
7
Cuando caminar se ha vuelto imposible, el pie es el que revienta, no el camino. Los han engañado. La luz es simple. Y las colinas cercanas. Si por descuido esta noche golpeo a su puerta, no abra. No abra todavía. Su rostro ausente es mi única obscuridad.
8
Escalarte y, habiéndote escalado –cuando la luz deja de apoyarse en las palabras, y se viene abajo y se derrumba–, seguir escalándote. Otra cima, otra hondonada.
Desde que es adulto mi miedo, la montaña me necesita. Con mis abismos, mis lazos, mi andar.
9
Vigías en el promontorio. No bajar. Ya no quedarse callado. Ni posesión, ni pasión. Idas y venidas a la vista de todos, en el breve espacio, y que basta. Vigías en el promontorio al que no tengo acceso. Pero desde donde, desde siempre, mis miradas se fugan. Y disparan. Felicidad. Indestructible felicidad.
*
Trazo a trazo
                                El cuerpo
                                                        ¿esconde lo que esconde
–o el fuego?
                        Crisis del espaciamiento
dispersión, recorrido                                                     –teoría
de un cuerpo                     expatriado conmovido transparente
para que, de grado en grado                                               recobre
                                                              la vertical
                                              del punto                                      afuera excluido
no sin torpeza
fragante
                                               humedad de arcilla                                júbilo
                                el punto afuera excluido
o liberado de su evasiva
relación
                                              Nada se comparte
                                                                       ni a tu mezquina
mesura
que obliga a la palabra destruida
al techo
                                                 ¿Es agresión del otro
                                                                                                                   duplicidad
del morir
                    contra lo que el cuerpo se yergue, imagina
–o el fuego…?
*
Incluso si…
se caen                      ellas se levantan
en cada instante de mi vida
–y es el inicio
del mundo
el enriado de las noches
el primer signo                   calcinado
la última carta leída
de donde resulta que hemos muerto
al borde del aire                 –escribiendo
alejando
el vacío del alba
y las hojas devoradas
por las ratas que se retiran
de otro libro que sufre
las madres nada abrevian                         las ratas nada roen
salvo el infinito de mi vida
y el espacio del relato
se ilumina
la memoria se deja llevar
y aunque el zapato apriete
aunque la malla se deshile
las madres giran en el sol
en el sol
más allá del sin-sentido súbita
aparece la melancolía
la no-plegaria                                  la in-dolencia
el infinito aborregamiento
del mar y los perfumes
y el calado de la voz
y los sobrentendidos que se demoran
y el malentendido que
zanja
el titilar
de la muerte
en el infinito de mi vida…
*
Fragmos
Escribir con los ojos cerrados. escribir la línea de la cresta.  escribir el fondo del mar…
cavar más profundo que el chillido del recién nacido, que el grito de la cazadora, la queja del torturado… que el apiñarse de las raíces, que la extenuación de las correas del terror…
sin dar marcha atrás escribir, en la oscuridad. en el doblez, en la duplicidad, de la oscuridad…
*          *           *
Escribir: una escucha –una sordera, un absurdo– escribir para alcanzar el silencio, gozar la música de la lengua, extraer el silencio del ritmo y síncopas de la lengua,
en el espacio escarbado, por el carrascal y los cultivos, la extensión vacía, la noche acribillada. en un jardín de niños. entre  las  ruinas  del pensamiento. los cimientos de la pirámide. y  sobre  la  desnudez  de  la  madera de  la  mesa,  del  tablón cepillado  que  escucha –de  los  cuatro  tablones  que  escuchen  acercándose …
*          *           *
Desde el primer día de mi vida, detrás de los barrotes de las ventanas de la locura, una nota de luz, –la alegría de respirar, de mamar el pecho, de vomitar, –con la prohibición de ensuciar o soñar, dejar marcas, escribir–. de desechar los pañales, de observar el día… –el arduo deber de estar solo, de escribir de rodillas en la arena para alcanzar el día, para gozar del cuerpo y del día…
*          *           *
Escribir con las agujas de los pinos que suavizaban la tierra frente a la cripta de Ponge. Nimes, un veinte de agosto, un tórrido mediodía. éramos quince a la sombra fragante de su bosque de pinos… en una caótica dispersión de piedras hugonotas, en el calor que es el suyo, que es el nuestro…
*          *           *
Yendo, escribiendo, atravesando el muro… hablo con la boca infectada de las víctimas, el tórrido hocico del verdugo… levantando la escotilla, iluminando el tugurio del sacrificio,
–denunciando  la  metafísica  lodosa,  hechizante,    castradora, del  libro…
–y ahumando el olor a moho, a la distancia de los bloques tipográficos, de los cuadratines de plomo, del pulular de los signos en el hormiguero de las minúsculas –última mazmorra abandonada, aseptizada, ilegalmente invadida
vedado  a  la  música  del   afuera   así   como  a   la  sofocación del  aliento  del  imposible retorno –una
germinación intersticial  entre la página desvaída, la hierba congelada, el muro  de  los  libros…